Vistas de página en total

jueves, 13 de diciembre de 2012

Capítulo 1: Partida a Orense

Alfredo Cisne estaba turbado. Debía emprender un enorme viaje desde su Córdoba natal hasta Galicia, concretamente a Orense. Sus padres se habían divorciado debido al trabajo de su padre como Capitán de la Guardia Civil, y cumplía destino este hombre en la provincia de Orense. Como Alfredo era archipobre y protomiseria, optó en viajar en el ALSA, tragándose un viaje de más de 24 horas en autobús, con tal de ahorrarse los 100 euros que costaba el vuelo desde Sevilla a Santiago y luego allí coger un tren.

Alfredo era un señor simple, a sus 17 años, sus únicas aspiraciones vitales consistían en la lectura de grandes clásicos de la Literatura Universal. Suspiraba al leer como Don Quijote amaba a Dulcinea del Toboso, sonreía de forma estúpida cada vez que Robert Jordan le declaraba su amor a María. Su mayor aspiración en la vida era ser como aquellas mujeres de antaño, a las cuales volvían locos a los hombres y hacían que disputasen su amor.

No nos equivoquemos, Alfredo era heterosexual, le encantaban las mujeres, solamente que el disfrutaría y mucho asumiendo el clásico rol pasivo y machista que tenía la mujer. El sería feliz así.

El viaje a Orense transcurrió de forma tortuosa, durante el transcurso de este se le sentó a su lado una señora que mascaba queso de forma bastante sonora. Un gordo pedorro de 200 kilos que comía habichuelas desde una lata sin cocinar, un par de muchachos que disfrutaban con los preciosos ritmos caribeños que nos daba el mejor género musical sin excepción alguna, el Reggeton.

Pero Alfredo se sentía raro, en parte se alegraba de dejar el tedio de su Córdoba natal. Su madre, al comunicarle la decisión, simplemente le había puesto las maletas en la puerta y le respondió con un escueto:
-Así puedo meter a mis amantes en casa.

El se sentía disgustado con el comportamiento materno. No era el ejemplo femenino al que el esperaba llegar. Su madre, Margarita Pimentel era una mujer libre, trabajadora y sin complejos, dirigía cortos en su tiempo libre, daba clases de Ballet en el conservatorio, e incluso había publicado dos libros de fotografías de sus viajes por Europa y un juego de mesa. Y su hijo un mariposón pusilánime que debió haber nacido en el siglo XVII.

Tras el largo viaje, finalmente llegó a Orense, bajándose en la estación de autobuses y viendo el día gris y triste de aquella mañana de otoñal.

Frente a el, se encontraba recio como un roble su señor padre, el Capitán Estalisnao Cisne, un señor hecho y derecho, como Dios manda, católico, apostólico y romano. Miembro del muy honorable cuerpo de Guardia Civil.

Conforme vio a su retoño bajar del autobús y ver como era objeto de mofa de los dos muchachos aficionados a los ritmos caribeños, el Capitán simplemente les cruzó la cara a ambos a dos, gruñendo un escueto.
-Largo escoria.
Posteriormente se dirigió a su hijo.
-Alfredo, deja que te lleve las maletas, tu madre te ha amariconado, pero espero hacer de ti un hombre hecho y derecho y que sigas los pasos de nuestra familia al servicio del glorioso cuerpo creado por el duque de Ahumada.
-Papá, yo...
-¿Qué?
-Te quiero.
-Maricón.

Tras esta conversación ambos se montaron en el Land Rover de la Guardia Civil, conducido por el cabo Pascual. El cual amenizó el trayecto poniendo algo de los Iron Maiden, a lo que la respuesta de Estalisnao, fue sacar el CD del grupo británico y arrojarlo por la ventanilla.
-Pascual, la próxima vez que pongas esta mierda de perroflautas, te meto un paquete que te cagas ¿me has entendido?
-Si, mi capitán.

Alfredo soltó un suspiro, pensando que le gustaría tener a una mujer como su padre de compañera, iba a sugerir que quizás deberían escuchar algo de Lady Gaga. Pero su padre introdujo rapidamente un CD de su cosecha con diversos cantos patrióticos del Coro de la Brigada Paracaidista.

Finalmente y con un perturbante silencio de fondo, acabaron llegando al pisito austero donde vivía el capitán Estalisnao Cisne. Tenía una pequeña cocina que funcionaba con gas, un termo para calentar el agua, que no se solía usar, ya que según el capitán Cisne, el agua fria enaltecía el espíritu y mataba las bajas pasiones del alma. Disponía de un salón adornado con varias armas en postes, varias escopetas de caza, varios fusiles de tiro deportivo, y una colección de armas de la Guerra Civil, así como todo tipo de parafernalia nacionacatolicista. Disponía a su vez de un escueto dormitorio donde solo había una imagen del sagrado corazón de Jesús y una bandera de España con pollito incluido. El cuarto donde se alojaría Alfredo, eran unas tristes 4 paredes blancas con una pequeña cama con un escueto juego de cama, y una estantería, sonrió tristemente al ver que su padre se había acordado a su afición literaria.

El se puso a ordenar sus cosas, colocando el póster que traía de la cinta Por quien doblan las campanas. Y sonrió imaginando que el era María, y que Lara Croft era Robert Jordan. Se alegraba de saber que su padre era un analfaburro completo, pues temía la reacción de este al descubrir que los protagonistas de su novela/película favorita eran unos rojos de mierda. Pero se alegró del profundo desinterés hacia la cultura en general y la literatura estadounidense en particular que sentía su padre.

Tras colocar sus escuetas pertenencias, fue con su padre a recoger a correos las pertenencias que se había autoenviádo. Como era un tacaño rata, por tal de ahorrarse los 20 euros que costaba que se las dejasen a su casa, prefirió cargar con todos los bártulos a lomo, y estando profundamente cansado al respecto. El quería echarse a dormir, no obstante fue a comer con su padre un buen potaje como Dios manda en uno de los bares de la ciudad. El día de mañana sería duro, tendría que ir al instituto y adaptarse a su nueva vida en la ciudad.

Mientras comía con su padre en una conversación que transcurría entre monosílabos. Alfredo se fijó en la mirada de una atractiva muchacha, castaña, exuberante que caminaba decidida por la acera con un macuto a cuestas. Ella le miró y le sonrió. Y algo en ella, al dedicarle una sonrisa al anodino Alfredo, algo en su interior se turbó...

7 comentarios: